martes, noviembre 20, 2012

Esto es un presente.

Se me cerraban los ojos. Tumbada en el sofá, con una manta conservando mi calor corporal. La película no me mantenía entretenida y el sueño comenzó a invadirme. Apoyé mi cabeza sobre su hombro derecho. Él parecía absorto y concentrado en la pantalla pero me acarició el pelo.
-¿Te aburres? - musitó.
-Un poco.
-¿Quieres que hagamos otra cosa? - jugueteó con un mechón de mi pelo.
-Da igual. - cerré los ojos y me acomodé debajo de la manta. Él me tocó la pierna.
Un par de minutos después, noté que se movía demasiado pero no le di importancia. Me retiró a la otra punta del sofá y yo me hice la dormida. De repente escuché "click" y abrí los ojos. Estaba frente a mí con la cámara fotográfica en las manos. Me desperecé.
-¿Me has hecho una foto? - sonreí entre ronroneos.
-Sí, estás adorable. - rió.
-Bórrala.
-No venga, que te hago fotos.
-¿Para qué? - enarqué una ceja.
-Así no te aburres. He quitado la película. - ambos miramos la pantalla. Negra, reflejándonos solo a nosotros dos. Me incorporé y me deshice de la manta como pude. Él me contempló por unos instantes. Le saqué la lengua y me sacó una foto. Me puse de pie en el sofá levantándome una parte de la camiseta, mostrando mi tripa y me mordí el labio. Él sacó varias fotos desde diferentes perspectivas. Después, me reí juguetona.
-¿Y esas posturitas? - sonrió pícaramente.
-Son fotos de broma, ¿no? - le guiñé un ojo y me tumbé, aún con la tripa al descubierto. Se acercó a mí lentamente y me fotografió el ombligo. Le empujé con el pie hacia atrás y se tambaleó. Yo reí y él, en un esfuerzo de sostener la cámara y evitar que se precipitara al suelo, se abalanzó sobre mí; apoyándose con una mano en el respaldo del sofá. Tenía su rostro a escasos centímetros del mío. Ambos sonreímos. Su sonrisa estaba llena de complicidad y la mía era algo más maliciosa. Se incorporó y sujetó firmemente la cámara.
-Tengo una idea. - me mordisqueé el labio dubitativa. - No te muevas.
Obedecí. Me colocó el pelo y después se puso de rodillas encima mía. Entre sus piernas, las mías; aprisionándome como si pretendiera escapar. Un escalofrío recorrió mi espina dorsal y di un respingo. Él lo notó y sonrió insinuante. Me miró desde arriba, a través del objetivo y antes de tomar la foto, recapacitó y se quitó la sudadera. Se volvió a colocar mientras yo observaba sus definidos brazos. Estaba entrando en calor y mi cara era una evidencia de ello. Me fotografió una vez. Y otra. Me mordí el labio inferior y él hizo otra fotografía.
-No pongas esa cara. - resopló.
-¿Por qué? - sonreí. Él soltó una risa socarrona.
-Porque no es apropiada en esta postura. - con la mano libre acarició mi ombligo y bajó suavemente hasta la hebilla del cinturón. Se me erizó la piel. Me incorporé un poco, sosteniéndome sobre los codos.
-Y...¿qué cara quieres que te ponga? - levanté las cejas con una media sonrisa.
-Otra menos insinuante. - jugueteé con la lengua y él hizo ademán de levantarse. Dejó la cámara en la mesilla de café y aproveché para cogerle de la camiseta y tirar hacia mí. Nos quedamos, yo sentada y él apoyando sus manos en el sofá, detrás de mí. Notaba su respiración en mi garganta. Le di un beso. Suave e inocente. Pero le pareció poco. A mí también. Esta vez me besó él y esperó mi reacción. Esbocé una sonrisa pícara e incompleta y abrazándole nos tumbamos en el sofá. Comenzamos a besarnos frenéticamente. Abrí las piernas y acto seguido le agarré con ellas por la cintura. Él comenzó a darme mordisquitos en el cuello. Benditos mordiscos. Me estremecí. Le quité la camiseta con urgencia y la tiré al suelo. Resopló y me miró a los ojos. Me ayudó a quitarme la camiseta y me agarró de la cintura, sobando mi cuerpo. Me desabrochó el cinturón y lo lanzó lejos. Después venían los botones del pantalón, que duraron menos de tres segundos abrochados. Bajó el pantalón de un tirón y encontró un nuevo enemigo que obstaculizaba nuestro contacto: mi tanga de encaje. Antes de que diera un paso más, me agarré a él, echándole hacia atrás. Esta vez era yo la que estaba encima. Levantó los brazos y los colocó en su nuca. Sonrió. Le besé la boca. Y bajé dando besos por todo su pecho desnudo hasta llegar a su pantalón que apenas estaba abrochado. Le di un lametón en la parte baja del abdomen y aparté como pude los vaqueros de su piel. Los desabotoné y me deshice de ellos. Estaba claro que se alegraba de verme. Le rocé con dos dedos sensualmente por encima del boxer mientras él me miraba expectante.  Me senté encima suya, frotando mi pieza de encaje con su Calvin Klein. Estábamos calientes. Pero también el alma estaba coordinada con el calor que desprendíamos. Se irguió y me abrazó hundiendo su cabeza en mis pechos aún tapados. Decidió que no debía seguir siendo así y con un gesto de muñeca lo desabrochó. Me lo despojó con cuidado mientras iba esparciendo su saliva por mi torso a conciencia. Su mirada penetró mis ojos y yo me apreté a él. Le empecé a besar el cuello mientras él hacía dibujos en mi espalda con la yema de los dedos. Inhalé su olor. Me entraron ganas de comerle. Me tumbó y esta vez la fina tela que envolvía su ambición cedió a su avidez. Y yo sin ser menos, le bajé los boxer con ayuda de la boca. El instinto animal comenzó a apoderarse de los dos, actuábamos sin pensar, hechos armoniosos, casi musicales desencadenados en placer, sudor, fluidez. Devoraba la ambrosía que segregaban mis poros. Se me aceleraba el pulso, era mi codicia.
Después de comernos las estrellas mientras se nos hacía de noche,  culminamos el periplo falleciendo cada uno en la mirada orgásmica del otro.


Sin motivo aparente.
Para Gabi.

lunes, noviembre 19, 2012

No te fíes de las sombras.

De noche. Otra vez tarde. Una mentira más. Mi madre no se lo merece. Tengo miedo. Hace frío, no hay nadie por la calle y las farolas parpadean con un ritmo casi ecuánime. Me quedan tan solo unos minutos para llegar a mi casa, pero aún así no me siento segura. El aire me entrecorta la respiración, el aire frío. Llevo las manos en los bolsillos con los puños cerrados, por si acaso y la espalda recta para no mostrar temor. A decir verdad, me queda el trecho más peligroso. Dos callejones y cinco minutos o dos manzanas y veinte. Me la juego, ya no estoy tan borracha y creo que soy consciente. Si me viera algún conocido me mataría. Esto me pasa por ir a fiestas en las que solo conozco a una persona y no vive cerca mía. El caso es que ya no hay vuelta atrás y se me están congelando las piernas. Normalmente no hace tanto frío y no sufro con los vaqueros, no se si será el alcohol pero me estoy empezando a encontrar mal. Vamos que tú puedes. Primer callejón, venga tía no tengas miedo. Eres una valiente. Acelero el paso y me atropello los pies, las húmedas paredes de ladrillo, a oscuras, me advierten de que puedo ser violada en cualquier momento pero las farolas hacen crecer mi fe de que llegaré a salvo a casa. No puede ser. Oigo pasos detrás mía. Joder, no. Voy a tener que salir corriendo, pero noto el entumecimiento lento de mis pies que me impide aligerar el paso más aún. Me giro hacia atrás. A lo lejos hay un hombre, de mediana estatura, se tambalea. Probablemente sea un borracho. La estás cagando. Echa a correr ya. Pero no puedo. Tengo demasiado frío. Veo que me quedo aquí, aquí se acaba todo. Que no, que puedo salir corriendo en cuanto note algún movimiento extraño en el sujeto desconocido. No muy cerca, veo el final del callejón, menos mal. Acelero el paso y cuando estoy apunto de salir, un hombre gira la esquina y me mira. Sonríe pícaramente. Un escalofrío me recorre la espina dorsal. Noto como se me paralizan las facciones, no se si por el frío, no se si por el miedo. Intento esquivarle pero su brazo me obstaculiza el paso. Comienza a reírse de una manera frívola. Retrocedo unos cuantos pasos hasta que me doy cuenta de que el hombre que me seguía casi me ha alcanzado. No puedo gritar, estoy demasiado sorprendida. Esto solo pasa en las películas. O eso piensas hasta que te ocurre. Se acercan a mí. Me arrinconan contra unos cubos de basura. Joder, huele a mierda. Esto es una mierda. Todo es una mierda. Si se acercan más, les pego, lo tengo claro. Uno de ellos levanta la mano y me sujeta el brazo. Le doy un manotazo y gruño. Sonríe. Tiene unas facciones duras y maquiavélicas. Al otro no consigo verle la cara. ¿Y si saco el móvil y les hago una foto? No serviría de mucho si muero. Piensa, estúpida. ¡PIENSA! Vuelve a cogerme del brazo, esta vez con más fuerza. El otro hombre se rié estrepitosamente y con una voz temblorosa. De repente se escucha un estruendo y los hombres se sobresaltan. Se apartan de mí y miran a todos lados. Pienso en salir corriendo, en huir, pero no puedo. El miedo me paraliza, estoy inmóvil. Solo puedo pensar pero no es muy útil en estos momentos. Los hombres comienzan a reir mirando al final del callejón. Tengo miedo, más aún. ¿Será uno más de ellos? Me tiemblan las piernas, me sudan las manos y se me congelan las ideas. Intento mirar por encima del hombro del primer hombre pero apenas atisbo una sombra a lo lejos. No muy grande. Probablemente de alguien menudo. Me resigno. Se apagan las farolas y me quedo a oscuras completamente. No veo nada, toda la calle ha sido engullida por la oscuridad. El aire llega de nuevo a mí, como si los hombres se hubieran esfumado. No, no es posible. Se oyen dos golpes. Esta vez grito. Tengo miedo, no entiendo qué es lo que está pasando. Un pitido insoportable hace mella en mis oídos. Me duelen. Me los aprieto. Quiero salir de aquí. Cuando intento dar un paso, la luz vuelve al callejón. Los hombres han desaparecido. A lo lejos la sombra menuda de antes, pegada a una silueta negra, esta más alta que su sombra. Se quita el sombrero y hace una reverencia. Me quedo atónita. No se si reír o llorar. La silueta sale corriendo y me quedo allí. Sola. Helada. Inmóvil. En deuda con una sombra.

TU PUTA VOZ RESUENA EN MI CABEZA.