miércoles, enero 02, 2013

Las apariencias engañan.

Corría estrepitosamente por el empedrado de la calle. Poco a poco iba dejando atrás su tosca rutina que le estaba amargando la existencia. No le importaba el destino, ni estar sola; corría sin más. La cabeza alta y las mejillas empapadas en lágrimas incrementaban el frenesí de su carrera hacia ningún lado. Dejó el pueblo a sus espaldas y profundizó en el bosque, bañado por una densa niebla que cubría a cualquier ser vivo que se adentrara en ella. Optó por avanzar unos pocos metros más para no perderse y poder regresar a su antojo. Cuando hubo terminado de contar cuantos pasos había dado se sentó en una roca y llevándose las manos a la cabeza, gritó. Un estallido de ira irradió de sus pulmones, atravesando su garganta y sus cuerdas vocales, dejando su cuerpo en forma de alarido. Se manoseó algunos mechones de pelo que le caían por la frente mientras hiperventilaba violentamente. El vaho que expulsaba por sus labios se mezclaba con la niebla. No podía volver a casa, pero estaba claro que allí tampoco podría permanecer mucho tiempo. Se abrazó a sí misma sin detenerse a pensarlo e intento pensar en cualquier cosa que la alejara de su casa. Tarareó un par de canciones en su cabeza, sonriendo a duras penas. Arrancó un par de setas que atisbó a su alcance y se limitó a esperar mientras los dientes le castañeteaban.
Cuando decidió que era hora para volver y encontrarse con un hogar más o menos aguantable, se levantó y se puso en marcha. A la mitad de los pasos necesarios para salir de aquel bosque escuchó el quebrar de una rama a sus espaldas. Se paró en seco mientras volteaba la cabeza para no conseguir ver nada. Aquella neblina cubría absolutamente todo su campo visual, tan solo le dejaba observar a un par de escasos metros de distancia. El barro húmedo, un par de ramas mojadas y otro crujido de ubicación desconocida. Miró a todos lados y creyó visualizar una especie de destello. Balbuceó. Paralizada, mirando al horizonte sentía como alguien se acercaba por detrás pero, presa del miedo no consiguió mover ni siquiera un músculo. Apretó los dientes. Una melodía era tarareada cada vez más cerca de su oído. Comenzó a temblar mientras pensaba en todas las maneras más extrañas y dolorosas de morir. Tenía el corazón en la garganta y nudo en el estómago, las pestañas tiesas y el cuerpo congelado. La cantinela pegadiza se repetía en su cabeza de manera escabrosamente irónica. De repente vio como una mano acariciaba su rostro desde atrás pero no podía sentirla. Los dedos jugaban con su mejilla probablemente morada a causa del frío. Podía verlos a duras penas pero desde luego sentía su pómulo vacío, si cerrara los ojos no sentiría que la estaban tocando. Sorprendida por la capacidad que encontró en sus entrañas de girar la cabeza, advirtió unas manos jóvenes, masculinas, que continuaban su recorrido por unos largos brazos que conjuntaban con un perfecto chico adolescente que la miraba con ojos de resignación. Esos ojos tristes, apagados y sin brillo cambiaron radicalmente cuando notaron que ella relajó sus facciones y se dispuso a hablarle. Antes de que pudiera pronunciar palabra él se le adelantó.
-¿Puedes verme?


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TU PUTA VOZ RESUENA EN MI CABEZA.